El 14 de septiembre de 1822, tras años de estudios, Jean-François Champollion consiguió aislar una serie de ideogramas de la escritura jeroglífica a partir de los textos escritos en el templo de Abu Simbel y de la piedra de Rosetta. Símbolos referentes a un faraón, a un monarca y a un dios, Ra. De este modo se salía del laberinto que había supuesto para todos los eruditos entender los «dibujos» de una cultura milenaria, cuya lengua había quedado muda desde los tiempos del emperador Justiniano, en el siglo VI.
Este año, que se conmemoran los dos siglos del desciframiento de la escritura jeroglífica, abrimos la puerta a poder entender cada vez más y mejor no solo los grandes monumentos de Egipto, sino también las inscripciones de los obeliscos repartidos por lugares tan lejanos del Nilo como Roma, París, Londres e incluso Nueva York.